Entomofobia

José Velázquez
2 min readApr 26, 2019

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Siempre se ha dicho que la mente es sumamente poderosa, capaz de sugestionarse y cambiar la manera en la que percibimos la realidad. Todo esto siempre me parecían puras patrañas y lo seguiría creyendo si no fuera porque no existiera otra explicación para el misterioso caso de mi amigo Sandoval.

Él era un muchacho agradable y bonachón que conocí en el primer año de la universidad. Una de las primeras cosas que supe sobre Sandoval fue que tenía una fobia por los insectos. Resulta que de niño mientras jugaba en un parque, una abeja lo picó y resultó alérgico a su veneno, provocándole un temor terrible a los bichos.

Por supuesto, dentro del grupo de nuestros amigos tener entomofobia resultaba una desventaja. A menudo usamos su miedo en contra del pobre muchacho. Usualmente no iba más allá de mostrarle una pequeña catarina cerca de su rostro o de ponerle una cochinilla en la espalda, pero una tarde lo llevamos demasiado lejos.

Por encargo de una profesora visitamos el Museo Universitario de Arte Contemporáneo. Únicamente teníamos que recorrer la exposición principal, algo sobre tecnología y el cuerpo humano que no terminamos de entender. Pero como teníamos tiempo de sobra decidimos recorrer todo el museo.

Casi en la salida encontramos la última exposición; una sala de experimentación sonora, que para la mala suerte de Sandoval, en ese momento reproducía una pieza que recuperaba el sonido de enjambres con la finalidad de incomodar a la audiencia que entrara a la sala. Los cuatro amigos que asistimos intercambiamos miradas maliciosas y sabíamos en qué estábamos pensando. Sujetamos a Sandoval por hombros y piernas para llevarlo dentro de la sala, salir corriendo y bloquear la puerta desde afuera.

Nosotros reíamos descontroladamente mientras escuchábamos a nuestro amigo golpear la puerta y suplicando que lo dejáramos salir. Golpe tras golpe nuestra risa aumentaba.

—No seas chillón— decíamos entre carcajadas

—¡Déjenme salir! ¡Me está costando respirar! ¡Por favor!

—Si nomás es una grabación, Sandoval. No exageres. Es para que se te quite el miedo.

Poco a poco los golpes fueron cesando, al igual que su voz. Al cabo de un par de minutos decidimos que había sido castigo suficiente. Como ya no se quejaba, no era divertido. Abrimos la puerta para dejarlo salir y la imagen que encontramos sigue incrustada en mi memoria. Sandoval estaba tirado sobre su costado. Toda su piel estaba inflamada a tal grado que su rostro era irreconocible. De sus labios hinchados caía un hilo de saliva, de sus ojos lo único que se alcanzaba a ver eran la punta de sus pestañas.

Cuando revisaron su cuerpo no encontraron un solo piquete ni rastro alguno de veneno.

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José Velázquez

Pienso todo el tiempo y de vez en cuando lo escribo. Aún quedan mil historias qué escuchar.